En una antigua fábrica de la ciudad de Dachau, a quince kilómetros de Munich, Himmler mandó instalar, el 21 de marzo de 1933, el primer campo de concentración, destinado a presos políticos, comunistas y socialdemócratas, “peligrosos para la seguridad del estado”; con cabida para unas 5.000 personas, se convirtió en el prototipo para el dilatado sistema concentracionario extendido por todo el territorio del Reich y los países ocupados.
En 1938 se amplió con un nuevo campo en cuya entrada rezaba la frase “El trabajo hace libre”. También fueron internados judíos, sacerdotes católicos y protestantes, gitanos, “asociales”, Testigos de Jehová, homosexuales, … detenidos en los países ocupados y prisioneros rusos, muchos de ellos fusilados inmediatamente.
Las necesidades de la industria bélica llevaron al aprovechamiento de la mano de obra deportada, en las factorías de armamento de las SS en el propio campo, como BMW y Messerschmitt, o establecidas en casi toda Baviera; en total, fueron organizados 139 campos anexos. Unas 200.000 personas pasaron por estas instalaciones de las que unas 41.500 hallaron la muerte durante su internamiento. A estas cifras hay que añadir los presos no registrados, procedentes de las evacuaciones de otros campos poco antes de la liberación. A partir de 1943, con las primeras grandes derrotas militares alemanas y el consecuente aumento de la deportación de mano de obra esclava para ayudar al esfuerzo de guerra, resistentes de toda Europa fueron enviados al campo; así, en junio de 1943, empezaron a llegar franceses y los republicanos españoles, deportados desde el campo de tránsito de Compiègne, de Burdeos y Lyon.
Después de Mauthausen, Dachau fue el campo nazi donde fueron deportados más republicanos, los cuales pagaron con la esclavitud y la muerte su participación en los movimientos de resistencia, con el convencimiento de que proseguían la lucha antifascista que habían iniciado en julio de 1936.